Por el día del padre, Summer Shockley manejó unas 60 millas desde su casa en Rolla hasta el centro de Missouri para visitar a su padre en el Centro Correccional Potosi.
Un jurado declaró culpable en 2005 a Lance Shockley, de 48 años, por el asesinato del sargento de la Patrulla de Carreteras, Carl Dewayne Graham Jr. En 2009, un juez lo condenó a muerte.
Ese día de junio, Summer y otros familiares fueron invitados a una visita de restauración en la correccional, donde las familias tuvieron un acceso inusual a las instalaciones.
Almorzaron y jugaron al pickleball. Más tarde, la familia se tomó de las manos y rezó.
“Fue un día muy, muy bonito”, dijo Summer, de 27 años.
Sin embargo, en el fondo ella se sintió intranquila. Menos de 30 minutos después de iniciar su viaje de regreso a casa, su padre la llamó. Las autoridades habían fijado su ejecución para el 14 de octubre.
La experiencia de los hijos de personas condenadas a muerte suele ser olvidada. Existen pocos espacios de ayuda para ellos; generalmente no se les considera víctimas. Ninguna organización recopila información sobre este grupo particular. Entre las últimas diez personas ejecutadas en Missouri, al menos seis tenían hijos.
Los sobrevivientes hablaron de la depresión y el dolor que podrían haber sido evitados. También de sentimientos contradictorios sobre lo que significa la justicia.
“Cuando hablamos de las consecuencias colaterales de la pena de muerte, ellos deberían incluirse en ese recuento”, dijo Robin Maher, directora ejecutiva del Death Penalty Information Center.
El impacto al que se refiere Maher no es teórico. Summer Shockley dijo que lo ha vivido.
Summer contó que cuando era niña, le costaba escuchar cuando otros niños hablaban del asesinato y le preguntaban al respecto. Ella le da crédito a su madre, quien se había separado de Lance Shockley años antes, por animarlas a ella y a su hermana menor a visitar a su padre. Iban con frecuencia a Potosi.
“Él siempre nos dijo cuánto nos amaba y se preocupaba por nosotras, y cuán agradecido estaba de que pudiéramos visitarlo y hablar con él”, dice.
Los unió la fe en Dios. Durante los últimos siete años esa fe ha crecido aún más: Shockley se convirtió en líder de un programa ministerial en la prisión. Su despertar espiritual ha transformado a toda la familia, dijo Summer, y les ha permitido acercarse a Jesús y superar desafíos generacionales, como el alcoholismo y el divorcio.
Ahora, ya casada y como entrenadora principal del equipo de sóftbol de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Missouri, Summer ha tenido tiempo para reflexionar sobre el probable desenlace de la relación con su padre, especialmente cuando sus apelaciones judiciales se agotaron.
Tener una fecha de ejecución hizo que Summer haya estado “viviendo en duelo antes de que ocurriera algo trágico”. Se dio un espacio para una pausa y para dejar que sus emociones fluyeran.
Durante meses tuvo esperanza de que la ejecución pudiera ser cancelada. Su padre mantuvo su inocencia hasta el final e incluso pidió pruebas de ADN en objetos encontrados en la escena del crimen.
Como esta es la primera ejecución bajo el mandato del gobernador de Missouri, Mike Kehoe, los defensores contra la pena de muerte también esperaban que la fe católica del mandatario influyera en su decisión de clemencia. Pero el 13 de octubre la oficina de Kehoe le negó el indulto.
Summer y su hermana asistieron a la ejecución al día siguiente en Easter Reception, Diagnostic and Correctional Center en Bonne Terre —donde se realizan las ejecuciones del estado— pese a que su padre en principio no quería que ellas estuvieran presentes.
En los meses posteriores a la ejecución de Marcellus “Khaliifah” Williams Sr. en 2024, su hijo cayó en una profunda depresión.
Williams padre fue condenado por el asesinato en 1998 de la periodista Felicia Gayle, ocurrido en su casa en University City. En 2001 lo sentenciaron a muerte.
Su hijo contó que a menudo revivía el momento en que el brazo de su padre cayó sobre la camilla en la cámara de ejecución en Easter Reception. El hombre que había sido su guía —quien lo aconsejaba en los asuntos del corazón y la mente— se había ido.
La ejecución estuvo marcada por la incertidumbre. Funcionarios de la fiscalía que habían enviado a Williams al corredor de la muerte intentaron detener la ejecución por dudas sobre su culpabilidad y porque no se halló ADN en el arma homicida. La familia de la víctima se oponía a la pena de muerte. Aun así, el estado la concretó.
Williams Jr. dijo que, después de eso, el duelo lo acompañaba a todas partes. Con frecuencia se topaba con lugares en San Luis que le recordaban a su padre, como las canchas de baloncesto en Walnut Park. Dijo que se volvió negativo y, a veces, hasta cruel. No ha buscado ayuda profesional por el costo, pero cree que necesitaba terapia incluso antes de la ejecución.
El After Violence Project, que aborda el impacto del encarcelamiento masivo y la pena de muerte en las familias, forma a terapeutas a través de la iniciativa Access to Treatment. Su directora, Susannah Sheffer, dijo que los familiares de las personas que son ejecutadas con frecuencia viven un “duelo no reconocido”, una forma de luto que no es validada ni apoyada públicamente.
El reverendo Jeff Hood, un consejero espiritual de hombres en el corredor de la muerte, señaló que los hijos enfrentan emociones complejas. Muchas familias pierden la conexión hasta que se fija una fecha de ejecución, que genera una urgencia por reconstruir la relación.
Pero luego, el padre muere.
En mayo, Williams Jr. estaba en un parque con su hijo de cuatro años y se dio cuenta de que se quedaba sin aliento cuando lo levantaba para subirlo al tobogán. Después de eso, volvió a hacer ejercicio. Se dio cuenta de que tenía que “salir de ese estado” por su hijo.
El día de año nuevo de 2022, Khorry Ramey supo que estaba embarazada. Ese mismo día, su padre, Kevin Johnson, la llamó para decirle que su vida podría estar por acabar. Ella contó que no supo cómo procesarlo.
En agosto, su tía la llamó y le dijo que la fecha de ejecución de su padre había sido fijada para el 29 de noviembre.
“Fue un golpe de realidad para mí”, dijo Ramey. “Honestamente, fue como: ‘¿Esto todavía pasa?’”.
Johnson fue sentenciado a muerte en 2007 por el asesinato del sargento de policía de Kirkwood, William McEntee, en 2005.
Ramey ya conocía el sentimiento de pérdida desde muy joven. Su padre había sido arrestado cuando ella tenía dos años y su madre, asesinada cuando ella tenía cuatro.
Ahora, tenía solo 19 años, pero igual quería asistir a la ejecución. La ley estatal exige que los testigos tengan al menos 21 años.
“Pensé: ‘Si él estuviera en una cama de hospital, yo estaría a su lado’”, dijo. “Así que no es diferente para mí. Se trata de consolar a mi padre en su momento de necesidad.
Y esto también es casi un cierre para mí”.
Johnson pudo ver a su nieto varias veces, e incluso pudo cargarlo una vez. La última visita de Ramey fue el día de la ejecución. Nunca lo había visto llorar.
“Solo me decía cuánto me había fallado como padre. El último recuerdo que tengo de él no es el que quería tener”.
Ella intentó ir a terapia, pero no le funcionó. Pocas personas entienden lo que ha vivido, dijo.
Aunque desde pequeña entendió lo que es perder a un padre, la muerte de su papá fue más dura. Creció visitándolo, jugando Connect 4 y Scrabble en la sala de visitas de Potosi. Él recibía sus boletas de calificaciones. Hablaban de todo.
Cuando siente que entra en un espacio oscuro, Ramey dice que se enfoca en su hijo.
También se mantiene firme en su convicción de que la pena de muerte no es “la forma cristiana de resolver las cosas”. Desde la ejecución de su padre, ha asistido a otras ejecuciones.
La más reciente fue el 14 de octubre: la del padre de Summer Shockley.